lunes, mayo 04, 2009



aniSley neGrín (santa clara, 1981)

presente perfecto
He leído sentada en un asiento de hospital un poema de Bukowski, en su idioma original, y no he entendido más de tres palabras. Trataba de un tipo al que le desprenden un diente de un piñazo. Creo.
He entendido sólo tipo, diente, piñazo.
He ido al lavabo tras el punto final, a escupir la sangre de un diente que se me desprendió de la encía sin haber masticado nada, mordido nada, recibido un piñazo. Simplemente colapsó.
He vagado erráticamente por los pasillos del hospital con el teléfono apagado, el cerebro apagado, el cuerpo apagado, salvo el sexo; el sexo ha estado más encendido que nunca.
He admirado a ese viejo hediondo a tabaco y alcohol que se sentó a mi lado sólo por ver el escote abrírseme al ritmo de mi respiración. Me gustaría ser como él. Me gustaría tener el valor de sentarme al lado de una muchacha tierna y dulce como yo, solo por ver su escote, sin temor de ganarme una bofetada o un escándalo.
He reído para mí.
He recordado por qué lloré la otra noche: por una película. Y me he preguntado varias veces por qué lloré la otra noche. Trataba de un tipo al que le desprenden un diente de un piñazo.
He lamentado mi diente.
He prometido a nadie que nunca prometería nada para evitar que se me siguieran cayendo. Aún soy joven. No prometeré ninguna porquería.
He sentido hambre, y más que hambre, unas ganas incontenibles de comerme un bizcocho.
Hay muchachas que huelen a bizcocho. He sentido su olor sentada tras ellas en las guaguas, parada tras ellas en las colas, silbando, aspirando, derritiéndome por ellas en las noches.
He leído que el bizcocho es malo para los dientes: los pica, los destroza, se los come.
He dejado de leer tales porquerías de libros. Ahora leo ficción. Libros que hablan de vampíricas amantes cada vez más alejadas del mundo real, cada vez más reales ellas mientras más irreal el mundo. Este, el tuyo, el que vendrá. Todos los mundos son iguales: mudos.
He hojeado un libro de un escritor famoso, con cuatro premios de la crítica, donde una muchacha con olor a bizcocho miraba directo a la cámara.
¿He dicho, acaso, que tras la cámara estoy yo?
He enfocado y desenfocado su rostro, la he atrapado con mi cámara, pero no he podido atrapar su olor.
He inferido que eso haya sido bueno para mi salud dental. He masticado despacio un bizcocho imaginario. No he perdido más dientes. Luego…
He soñado con la muchacha de ese libro, la he comparado con las que he perseguido toda la vida, con las que han perdido ya su olor porque se los he robado (soy una pequeña depredadora). No se parecen en nada, salvo en el olor.
He deducido que lo que me gusta es el olor de las muchachas y no las muchachas en sí.
Me he reído.
Me he sentido patética.
He llorado.
He compadecido a lo que queda de mí después de una profunda aspiración.
He revivido a mi madre poniendo los bizcochos en el horno para nuestro desayuno.
He recordado que ya no tengo horno, ni madre, ni bizcochos.
He comprobado que todo lo que tengo es ese olor, un libro, una muchacha tierna y dulce y humeante sentada en una esquina de la mugrienta sala de espera de este hospital. Una muchacha de ficción que mira directo a la cámara, que me mira. Hasta mí llega su aroma.
He recordado mi diente, mi hambre, el hombre hediondo a tabaco y alcohol, su valentía.
He ido hacia ella.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me ha gustado una barbaridad.