domingo, marzo 06, 2005

No.1: 33 y 1 tercio

boulevard
(a la green day)

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todo es verde (david foster wallace

¿hay alguien allá afuera? (francisco ortega


expediente polaroid

4cuentos (adriana zamora

2cuentos (jorge enrique lage

3cuentos(raúl flores iriarte

nuevos cronistas del planeta de los simios (juan trejo álvarez

poetry / poesía (bob dylan

expediente king

2textos (stephen king

poesía (lizabel mónica

new american cookbook: el aquí y el ahora en veinticinco libros cardinales (rodrigo fresán

nunca llores delante del carpintero (ray loriga

stop

martes, marzo 01, 2005

"de espaldas al sol, ojos en la luna para ver en el fantasma de un L.P. girando en el plato de un tocadiscos:todas las respuestas..."




«La censura no autorizará su novela y no podrá publicarla en ningún sitio. No la admitirán ni en Amanecer ni en Aurora.–Ya lo sé –repliqué en tono firme.–Y sin embargo, me la llevo –prosiguió Rudolfi severamente (mi corazón dio un vuelco)–, le pagaré tanto (indicó una cifra misérrima) por pliego de imprenta. Mañana lo pasarán todo a limpio. –Son cuatrocientas páginas –exclamé.–Lo dividiré en partes –dijo Rudolfi con voz de hierro–, y doce mecanografas de la oficina tendrán listas las copias mañana por la tarde.Dejé de protestar y decidí someterme a la voluntad de Rudolfi.–Las copias serán por su cuenta –siguió él, limitándome por mi parte a asentir con un movimiento de la cabeza, como un muñeco–; y otra cosa: tendré que tachar tres palabras: están en la página primera, setentaiuna y trescientas dos.Miré los cuadernos y vi que la primera palabra era “apocalipsis”, la segunda “arcángeles”, y la tercera “diablo”. Las taché dócilmente: cierto, tuve deseos de decir que se trataba de una ingenuidad, pero miré a Rudolfi y guardé silencio.–Luego –añadió Rudolfi– vendrá usted conmigo a la Censura. Y le ruego muy encarecidamente que mientras estemos allí, se abstenga de pronunciar ni una sola palabra.Acabé por ofenderme.–Si usted considera que soy capaz de decir algo … –empecé a balbucear en un tono digno– puedo quedarme en casa.Rudolfi no prestó atención alguna a ese intento mío de irritarme y prosiguió:–No, usted no puede quedarse en casa, sino que vendrá conmigo.–¿Y que haré allí?–Se quedará sentado en la silla –ordenó Rudolfi– y a todo cuanto le digan contestará con una sonrisa amable.«

Mijaíl BulgakovNovela teatral