miércoles, junio 30, 2010

no.14 (doble) bitch


japonesa: haruki murakami

no.14 (bonus tracks) isla que se hunde


bonus (tracks)
track 01: chuck palahniuk errar es muy humano /asfixia (21) / canción de cuna (3)
track 02: carlos rehermann el horrorismo de Estado
track 03: raúl rivero poema de guardia
track 04: lia villares medio minuto de silencio occidental

track 06: raymond carver (tres) poemas

track o7: raúl flores iriarte (4) textos

track 08: rolando sánchez mejías Clavelito y la república cubana / exilios: imágenes lunares





track 11: ernesto santana ética y ensayo
track 12: luis eligio pérez me iré de Santiago

track 13: philip k. dick la pequeña caja negra / quisiera llegar pronto
track 14: sergio pitol la carta de Meyerhold
track 15: daniel díaz mantilla malas noticias

no.14 / raúl rivero - poema de guardia / bonus (tracks) / track 03




raúl rivero
(morón, 1945)
poema de guardia
En vez de este edificio que recuerda
un palomar o una pirámide de dados
levantarán en este sitio un rascacielo.
En lugar de la calle que se acaba
donde empieza a crecer la hierba tierna
trazarán (¿o están trazando ya?) una avenida
un puente
traerán un río de plata o de cristal
pondrán flores y aves
y un alumbrado de mercurio.
Donde ahora cumple su función social
la desconchada bodega de mi barrio
habrá un supermercado.
Donde hoy acumulamos escombros y recuerdos
en ese solar yermo
veremos un parque o una escuela.
El letrero artesanal
CDR No. 2 CIRO REDONDO
será sustituido por un lumínico asombroso
y los desteñidos pedazos de cartón
donde mi madre escribe con tiza o tinta de
zapatos
ATENCIÓN: MAÑANA TENEMOS
TRABAJO VOLUNTARIO
no volverán a aparecer en las fachadas.
Será todo mejor que ahora en el futuro.
Por allá andarán nuestros fantasmas
en el porvenir estarán nuestras señales
las de los hombres que frente a una bodega
desconchada
hablaron del clima de Banguela,
se pidieron prestada una camisa
dijeron Viet Nam y Nicaragua
comentaron un discurso de Fidel.
De los hombres y mujeres
que rondaron madrugadas enteras
calles oscuras y solares yermos
que sostuvieron cartones desteñidos
y convocaron trabajos voluntarios.
En el porvenir recordarán a quienes
desde un palomar o desde una pirámide de dados
soñamos con ríos y grandes avenidas
escuchamos el ruido de los pájaros
y cruzamos a toda prisa
puentes imaginarios
alumbrados por luces
que no se han instalado todavía.

no.14 / leymen pérez - el Libro de Heráclito / los seres y las cosas / bonus (tracks) / track 09




leymen pérez
(matanzas, 1976)
de el Libro de Heráclito / los seres y las cosas

en un poema de José Kozer
Introdujiste la mano izquierda en un poema de José Kozer.
La poca luz de la lámpara de aceite y la humedad no era suficiente
para pensar en los seres y las cosas que el país abandonó.
Manchas tenían las manos y los ojos de coleccionar animales extintos. manchas tenían algunos sonidos, algunas costuras.
Córtate las manos, decía el poema; ábrele la boca a las cosas
que sobreviven dentro de la escritura. La perfección que se alcanza
al combinar lo claro con lo oscuro, es como la huella étnica
que camina con nosotros durante el desgarramiento del hueso.
Córtate las manos, que el poema también sangra por el lado derecho.
●●●
siembras
El país que sembré en el patio no crecerá
El país antes del disparo de Mayakovsky
El país después del disparo de Mayakovsky
Sentado en el medio del Parque de la Libertad
en el medio de mí mismo
veo pasar las sombras de los otros
veo pasar mi sombra
la energía y vibración que no vuelve
que no está en la pólvora
en el aire
en la cicatriz
El país que sembré en el patio no crecerá
La tierra es poco fértil es amarga
corta
larga
como el ruido del ferrocarril
que corta la vena la raíz de la ideología
oscura o clara según el horizonte
●●●
(X)
las calles sin asfaltar tienen olor a Rusia. la maldita Rusia por todas partes, hincándonos el cuerpo, llenándonos los pulmones de polvo (Mayakovski, el Gran Crujido, está acostado sobre la tierra roja después de la caída; se levanta y salta): ruido de asfalto, pieza de incertidumbre, yo, ¿yo? en cualquier dirección que miro un endurecimiento del alma, una contracorriente, que hierve a fuego lento como un lamento, llamada Cuba.
las calles sin asfaltar tienen olor a Rusia, que es un árbol, una encina, un gusano que se come las últimas hojas e inhala el humo del disparo, el golpe seco de fe.
●●●
(XXVI)
si hubiera vivido en Rusia
durante los días en que Dostoievsky escribió El jugador
tendría suficiente sal para conservar la naturaleza de los seres,
la oposición de fuerzas iguales
que forman una tensión, una expresión.
yo, que siempre he sido un mal jugador
ahora tengo que hacer el trabajo forzado de los otros
–como los exiliados–
y cosechar en la profundidad de las cosas
lo mismo que en la superficie.
●●●
(XLVI)
Hay que poner en todo, hijo mío, una frontera, un muro de ladrillos,
una cerca de alambre de púa, una montaña de imágenes vivas;
hay que poner en todo un poema de líneas precisas como los dibujos de Durero, aunque algunos seres apaguen el Sol de Cuba, aunque esté muerto el aire y no tengamos hacia dónde ir;
los seres viajan, hijo mío, y yo siempre viajo junto a los seres, entre un estado espiritual y otro, entre corrientes de pensamiento que regresan a la frontera interior del hombre;
colocamos un ladrillo, un impulso de la sangre y dejamos que la fugacidad de la materia crezca como la mala hierba, como un lagarto gótico y caótico, que se oculta en límites pocos profundos del alma;
hay que poner en todo, hijo mío, los límites del alma; los límites de las cosas sobre el alma que no se escribe ni describe con la frontera traída de un sitio con poco dolor;
aunque muerto esté el aire y el país penetre en tu vida como una aguja sin punta; no olvides, hijo mío, poner imágenes vivas sobre los seres y las cosas que todavía sangran.

no.14 / luis eligio pérez (habana, 1972) / bonus (tracks) / track12





luis eligio pérez
(habana, 1972)
me iré de santiago
Una ciudad no es un hueco donde uno vive como una araña yo no soy un cachumbambé dime tú articula una palabra que haga viva a la ciudad…
“Hombre”.
Pero un hombre es el espacio que habita:
Amplitud, claridad, mesas con blancos manteles y cubiertos y servilletas y copas y moscas revoloteando un lunes y otro y un domingo y un viernes y un martes solo moscas revoloteando.
En el parque los indigentes como moscas revoloteando.
Espíritu Santo ¡ilumínanos!
La gente en sus casas habla bajito
Los más viejos, sin fuerza, dicen:
“esta ciudad estaba bacana, nagüe”.
bacana bacana bacana bacana bacana bacana bacana
“la cuna donde nació la madre está tirada en el patio bajo la lluvia se oxida”.
“anda la gente sin dinero”.
“…pero bueno, van a subir los salarios; pero igual, na´ ma te cae algo en la mano y es dame 10 dame 20 dame 30 dame 50… hay que pagar la olla, hay que pagar la corriente, hay que pagar el televisor…”
Santiago de Cuba, que linda eres
Santiago de Cuba, que linda eres
Esa nave con caras blancas tirándonos fotos, pasan.
bacana bacana bacana bacana bacana bacana bacana
Desde el Gran Hotel se ve mejor la ciudad allá: ya usted ve por acá: lo mismo
Moscas moscas moscas la gente como moscas sin saber dónde posarse.
No hay una piedra que yo pueda poner con la libertad natural- que tengo- de estar vivo.
¡Dime qué ley rige mi sangre
y qué ley puede regir mi libertad!
“! ...a ver, compadre, qué tú quieres!”
“¡Quiero ahora mismo poner un restaurante propiamente propio de mi propiedad, con mesitas: así de gente siempre lleno, y no va a ver moscas ni pingaaaa!”
¡Una metáfora!
¡Ni pingaaaa es una metáfora!
Ah pero cómo pongo esto en un poema qué símil me ayudaría a soportar en la hoja semejante realidad
Santiago de Cuba que linda eres
Mira, allá, al final de calle Enramadas, sobre su silla de ruedas, aquel hombre escribe y escribe y escribe escribo sobre como un gobierno debe comportarse con sus ciudadanos para que los imperialistas no puedan con él.
2
En las noches la juventud anda vacía sentada en las sombras de la oscuridad.
3
Guía de la ciudad.
Medio dólar una moto-taxi: solamente para nacionales.
Pague antes de concluir el viaje: cuidado, pueden sorprenderlo y la ley no reconoce este servicio.
Trabajo de hombres.
Miles de motos-taxis-hombres volando sobre la ciudad perforando con sus ruidos la muerte, el olvidado asombro de estar vivos.
Una ciudad no es un hueco donde uno vive como una araña un hombre no es un cachumbambé
Ciudad-hombre
Árbol-Tierra
Sol-luz
Una ciudad no acaba donde su última piedra ni se vive como piedra inmóvil
Un hombre no acaba en el cuerpo no somos esclavo de un sistema todo cambia porque la vida es un movimiento
Adentro afuera adentro afuera
¿Por qué este río humano congelado bajo este sol de la vida?
Sol sol sol de Santiago
Tierra tierra tierra caliente de Santiago
escúchame tú
escúchame tú sol
escúchame tú tierra
hombre-sol-tierra son el poema
¿tú me entiendes?
¿entiendes?

no.14 / rolando sánchez mejías - Clavelito y la república cubana / bonus (tracks) / track 08




rolando sánchez mejías
(holguín, 1959)



Clavelito y la República cubana

En la década de 1950 la radio inundó el espacio público de tal manera que atrajo la atención de los políticos por el peligro que implicaba este género de “movilización masiva”. Tal fue el caso del popular Clavelito y su programa, chamán a distancia que recibía miles de cartas y llamadas desde cualquier punto de la Isla, sin contar los cientos de procesiones a la Habana para recibir sus consejos “en persona”. La opinión pública cubana -mezcla de “sentir popular” y rumor inducido desde los medios de prensa por los políticos y empresarios- se dividió en dos: por un lado, los que veían en tales programas (no era sólo el de Clavelito) un retraso en la modernización del país, un mantenerse en las “estructuras mentales atávicas” del siglo XIX y los primeros años del XX; y, por el otro, un “modo natural de vivir en lo cotidiano”, que no tenía por qué herir el desarrollo de la nación en su dimensión económica y moral. Una “comisión de ética” dispuso, en 1952, que no se debía estimular a través de la radio “creencias en pugna con la civilización o cualquier otro tipo de superchería contraria a la moral o el orden social”. Hay que recordar que la radio no sólo servía para “dramatizaciones ficcionales” de este género: los políticos arengaban también desde la radio, y ya pertenece a la “mitología nacional” el disparo que se propinó en el estómago el político Chibás en plena sesión radial, como “advertencia de los males” que aquejaban a la nación y como “salvación de su propia conducta moral”.
El proceso de gestación de la modernidad en Cuba a lo largo del siglo XX nos pone frente a dos niveles difíciles de colocar en un mismo movimiento homogéneo: las estructuras mentales y públicas, por un lado, y los problemas que presentaba la “capitalización” del país desde adentro –formas rurales y urbanas como los “pequeños negocios” y otras formas capitalistas primarias– y desde afuera -la definitiva influencia norteamericana-. Un ejemplo “paradójico” resulta el de los chinos que llegaron a Cuba durante el siglo XX: muchos de ellos, expulsados de Norteamérica, trajeron la banca y se erigieron en “artífices del dinero”, mientras que otros, la mayoría, tuvieron que sumarse a la “masa indistinta de blancos, negros y mulatos” que montaban sus lavanderías y tenduchas y arrastraban carretones de frutas y viandas por las calles de la Habana. (Se creó, así, el Barrio Chino de la Habana. De los 150.000 chinos emigrados entre 1847 y 1874, apenas quedaron vivos el 10%, según un censo efectuado en 1899.)
¿Preparó la República cubana del siglo XX el totalitarismo que vendría luego? Es una pregunta que hoy intentan responder algunos historiadores y “estudiosos del problema cubano”. Para unos, la República, al no cuajar en un proyecto sólido, dio paso al totalitarismo, responsabilizándose a la “débil e irresponsable burguesía cubana” de dicho “trastorno”. Otros ven en el “republicanismo cubano” un proceso aún no maduro, y en gesta de evolución, que fue cortado de golpe por circunstancias más o menos azarosas de la Historia. Incluso hay quien ve en el totalitarismo una etapa necesaria de modernización del país por vías no precisamente económicas, sino más bien “espirituales, morales y políticas”.
La República es un hecho, y más que un hecho, un proceso que tiene su lógica en la historia: en vez de criticarla o denigrarla, quizás sea mejor preguntarnos cómo, a pesar de la inclemente historia de Cuba, a pesar del atropellamiento de violencia, guerras, colonizaciones y pseudo-colonizaciones, pudo emerger una república desde el marasmo del siglo XIX y de las primeras décadas del siglo XX. Sucesión de etapas republicanas, inestables, sí, pero de las cuales es posible –además de ser un argumento moral– extraer una lección de civilidad: no la absoluta negación con que se afirma de la República algo poco menos que un desastre. Ni, tampoco, colocarla en un pedestal de modernidad lograda, perfecta, gratificante como nacionalidad conseguida o como aparato expedito de dicha modernidad. (Hay que recordar que la crítica que realizó la burguesía blanca exiliada en Miami, no vio en la república parte del problema que había llevado a la solución comunista, o achacó al mulato Batista la culpa del desastre nacional. La gran etnóloga y cuentista cubana Lydia Cabrera, llegó a decir, por ejemplo, que en Cuba no había cucarachas y que todos se querían como hermanos.)
Entre los más jóvenes –y entre los más viejos– cunden ambas radicalizaciones. Tanto en el exilio como en la Isla, son frecuentes y peligrosas ambas radicalizaciones, pues se exagera no sólo el pasado, sino también el futuro. Así como se exagerará o aminorará en unos años el “capital simbólico” del período llamado Revolución, hoy se hace con la República, y quizás sea conveniente pensar el futuro como una posibilidad extraída de las lecciones de ambas etapas, que finalmente se anudan una en la otra como caras de una misma moneda, como resultado de un pasado colonial y la confusión entre utopía y destino.


●●●


exilios: imágenes lunares

Stephen Dedalus, en Retrato de un artista adolescente, termina su diario y la novela con dos notas: en la primera, su madre reza “para que sea capaz de aprender, de vivir mi propia vida y lejos de mi hogar… lo que es el corazón”; la segunda es sólo una corta imploración: “Antepasado mío, antiguo artífice, ampárame ahora y siempre con tu ayuda”. Stephen debe marcharse para “descubrir una manera de vida o de arte” en la cual su alma “pudiera expresarse a sí misma con ilimitada libertad”. Para Dedalus, el mundo ha dejado de tener apenas un significado concreto para erigirse en un emblema de la universalidad. Cuando mira a los ojos del decano jesuita con quien discute sobre la verdad de las palabras, Dedalus no reprende tanto la falta de astucia divina como el congelamiento de la astucia en su más baja degradación: la falta de entusiasmo. Y no sabe si adjudicarlo a un simple “letargo espiritual” o a una “negrura… cargada de intelección y capaz de las profundidades sombrías de Dios”.
“Silencio, destierro y astucia” serán las únicas armas de que dispondrá Dedalus en lo adelante, si quiere imponer sus planes de vida y arte. Para eso, tendrá que decir al hogar, a la patria y a la religión: No serviam. Uno puede creer que tales batallas sólo se libran en la adolescencia, cuando astucia y entusiasmo parecen provenir de la misma pasión. Pero en el exiliado la batalla se dirime en el amago de eternidad que le confiere su nueva vida.
Platón llama “reminiscencia” a una forma peculiar de inmortalidad, que no se sabe, siguiendo el razonamiento platónico, si es un duro aprendizaje vital a partir de la igualdad y la diferencia entre las cosas, o sencillamente una táctica para perseverar más allá de la muerte: se recuerda lo que siempre existió antes de “venir bajo esta forma humana”, lo cual anula la muerte. El exilio, siguiendo los sigilosos pasos de Platón, quizá sea una forma elemental de inmortalidad. Sabemos que hemos trasladado a “otra parte” nuestro cuerpo más o menos intacto, y no obstante, “algo” se ha olvidado en el camino.
El mutismo, el barullo y “las artes extrañas” son tácticas con que el cubano enfrenta el exilio: el mutismo, llevado a sus más graves consecuencias, puede conducir al manicomio, como le pasó al circunspecto Guillermo Cabrera Infante en Londres; o al suicidio, como le sucedió a Calvert Casey en Roma. El barullo es una cualidad interesante cuando se aplica con mesura, cuando se alterna con el mutismo, como hizo Virgilio Piñera en sus catorce años de exilio argentino. Al describir la pensión donde habitó en Buenos Aires, Virgilio enumera a una caterva de peruanos, tísicos, rumanos, maricones, yugoeslavos y putas que colman el lugar con sus toses, colchones crujientes y discusiones sobre el precio del azúcar y el café. También hay una “duquesa” que trata de convencer a Virgilio de que el padre de su esposo había sido Virrey de las Indias. Entretanto, el cubano se da sus escapadas de la pensión y cena con lo mejorcito de la intelligentzia bonaerense, Jorge Luis Borges, Silvina Ocampo y Pepe Bianco, pugilateando alguna traducción. O milita con Gombrowicz contra esta misma claque, mientras traducen Ferdydurke a viva voz.
Joseph Brodsky, en su ensayo Esa condición que llamamos exilio, hace del escritor exiliado contemporáneo un hombre “un poco corrupto, casi por definición”, porque a pesar de vivir en mejores condiciones que “antes”, a pesar de vivir en un mundo más libre, añora la significación, vive en el desasosiego de una nueva condición metafísica: la lucha por el reconocimiento. Si trasladamos la observación de Brosdsky al mundo general de los exiliados, veremos que aunque varíen las razones para el desasosiego, no cambia la intensidad. Es más, el desasosiego, en un exiliado que no puede buscar la significación en el ámbito público, corre el peligro de ser atrapado en una escala metafísica más especular por menos espectacular. Un exiliado no sólo lucha por ser idéntico o diferente a los demás, sino que también lucha por ser idéntico o diferente a sí mismo, o ambas cosas a la vez. La impresión que sufre un exiliado al “reconocer” a un habitante de su antiguo espacio tiene mucho de reconstrucción fantasmática: su actividad, desde cierta perspectiva, es similar a los “trabajos del sueño” de que hablaba Freud. Hay que hilar fino para tejer esa aparición no sólo con el pasado del cual emerge, sin zafarla enteramente del presente.
Hay que hilar fino y, sin embargo, la realidad hace agua por todas partes, porque es imposible sopesar dos o varios fragmentos de distinta naturaleza a la vez sin recurrir a un tercero que les sirva de sostén. Así, hay que entender, aunque pueda llevar a irrisión, a los exiliados que practican la “estética” del fetiche: llenan sus casas de pequeños objetos y rituales del país de origen, no sólo perseverando en la nostalgia, sino sobre todo disponiendo de artefactos platónicos que lo ayudarán a edificar la nueva realidad. El exiliado, por naturaleza, es reminiscente, contemplativo, y si muere, es tal su extrañeza ante ese acontecimiento, que no sabe en qué sentido situarse respecto a su “historia personal”.
En el relato El regreso, Calvert Casey cuenta un viaje de Nueva York a Cuba; a su vuelta, el narrador cambia el decorado del apartamento neoyorquino: elimina los biombos orientales para permitir el paso del aire “como en los balcones y galerías de su país lejano e improbable”; sustituye las pinturas abstractas por cuadros y litografías de sus “paisajes patrios”; y en vez de “hacer sonar los discos de jazz y las quejumbrosas danzas de los israelitas del Yémen”, pone boleros y viejas danzas criollas. Finalmente regresa y es tragado por la violencia del país. Al morir, como en una mala reminiscencia, el narrador –tartamudo, como Casey– sólo recuerda detalles “aislados e insignificantes” de su vida.
Es curioso que los cinco prosistas no barrocos más importantes de Cuba en el siglo XX –Lino Novás Calvo, Calvert Casey, Virgilio Piñera, Cabrera Infante y Reinaldo Arenas– practicaron el exilio, o lo combinaron con otra modalidad de la fuga no menos peculiar: el exilio en el interior de la isla. Piñera y Arenas fueron partículas provincianas que apenas hallaron, en La Habana, una sede más o menos estable: el exilio habanero es rico en abruptos vaivenes entre pensiones, cuartos alquilados y “solares”. Calvert había nacido y vivido en Estados Unidos, y Lino no era cubano, sino gallego. La “formación sentimental” de estos hombres –y por consecuencia la formación de su prosa– está marcada por la errancia: son citadinos o cosmopolitas porque a la ciudad derivaron por fatum o carambola. Pero en verdad, su prosa, a pesar de los ritmos y tramas urbanas, es una prosa “de provincia” en el mejor sentido de la acepción: una prosa “menor” que calcula, fría o visceralmente, su falta de lugar en el mundo, la marca del que no tiene Patria o del que ha sido expulsado de la Patria, o más exacto, del terruño.
El exilio intelectual cubano del siglo XIX (figuras como Varela, Martí, Heredia y Villaverde) a pesar de su alta probabilidad de incertidumbre, tenía asideros patrióticos, morales y emocionales. El destierro, como cualquier transterramiento, era doloroso, pero el sentido de la “misión” ajustaba las clavijas de la identidad hasta donde época y épica lo permitían. La prosa de Martí en ningún momento delata la impaciencia del transterrado en sordina; más bien le sirve, la prosa, para amplificar, mediante un altavoz modernista, la tarea fundacional del “elegido”. Sólo en la segunda parte del siglo XX, desde 1959, una porción del exilio cubano logra conciliar dolor y fervor. Los cubanos fundan Miami, la sacan de los pantanos, no tanto como un acto vindicatorio de la Historia sino para arrancarle otra vez a la naturaleza la ciudad que les ha sido negada. La imposibilidad de fundar Cuba es la angustia que recorre la psicología casi naturalista del cubano: se sabe anclado en la Historia, pero intuye que ese civismo es dramático, a la postre irresoluto. Que el cubano hable por los codos o caiga en catalepsia es síntoma de su constitución tragicómica. No hay individuo más mentiroso y sincero que el cubano. Miente por las mismas razones que lo llevan a decir la verdad: miente incluso cuando dice la verdad, porque carece de fundamento. Y si calla, posiblemente no esté ni siquiera pensando. Es un delirante en acto o en potencia, y si alcanza estatuto de exiliado, cree que su delirio es tan antiguo como la Naturaleza, y tan moderno como una Historia que nunca le da la razón.
A diferencia de Lezama y de Carpentier, que consolidaron estilos sólidos desde el castellano como lingua mater, aquellos cinco parias de la escritura –Piñera, Novás, Infante, Arenas, Casey– tuvieron que “orear” el idioma de sus precarias maletas, poniéndose a tono con La Habana. El barullo de los tencenes, de las guaguas, de las bodegas; el chismorreo de las vecinas; las discusiones en casas amotinadas por una familia innumerable; la didáctica de barbería; las transacciones de poca monta con vendedores y viajantes; la radio en alta voz como discurso de fondo; el parque; el estadio de béisbol –o mejor dicho de “pelota”–; las fondas de chinos y gallegos; el cabaret; los “locales” del puerto; el sobrino comatoso al que le dio el mal de San Vito y se puso a mascullar “en lenguas”; la logomaquia de los políticos; la burla; la bachata; el navajazo en el carnaval… Pero también la Habana tenía un reverso silencioso no menos lunático: el empleadillo de banco o de farmacia que se cree de estirpe navarra o castellana y se tapa la boca con un pañuelo para no hablar; el mustio, el triste, que se sienta en un sillón y se hamaca mirando los celajes; el suicida que sopesa sus venas o se estira el pescuezo, a ver si la soga da; la siesta bobalicona; el cine para masticar caramelos; el filósofo de barrio que con su ejemplar mal traducido de Kant en el sobaco va repitiendo bajito cosas que no entiende; la viuda, la abandonada, la solterona, que hacen mutis por el foro de la vida o van a sesiones de espiritismo para encontrar coloquio o soliloquio…
Hay otro paria: Guillermo Rosales, que escribió Boarding home en Miami. Cuando su familia miamense lo recibe, en vez de un proyecto de homo economicus, lo que ha entrado en el aeropuerto es un adefesio enloquecido, flaco, sin dientes. Casi sin solución de continuidad, va a parar a un boarding, casa de esquizos y borderlines que reproduce de alguna manera la no tan extraña alianza que serían Cuba y Miami en la mente de un tercer delirante. Hay sólo un personaje “hermoso”, y su hermosura de novia produce miedo, porque su lenguaje apenas da para repetir, sin insistencia, como si la “prosa del mundo” se hubiera trocado en hielo: “Mi cielo”.
A diferencia de los anteriores, éste paria, Rosales, escribe con una ligera torpeza, como si el sentido y la oralidad del mundo se le escaparan. Como Stephen, para Rosales las cosas han perdido significado –aunque carecería, a la inversa de Dedalus, de la capacidad de restablecer el sentido en una abstracción superior, sea calculada o sentimental. Los bobos del boarding no hablan: babean. Y los que pueden hablar, como el terrible mulato Arsenio, y la vieja burquesa que llora sus propiedades expropiadas en Cuba, actúan, cada uno a su modo, en el mejor exilio que les ha tocado en suerte: aquel que da continuidad a sus vidas.
Visto de cerca, esto puede ser un desatino. Vista de lejos, la imagen que unos exiliados pueden ofrecer no se diferencia, en el fondo y en la superficie, de la que ofrecen sus semejantes sobre la tierra.

no.14 / side b / ficciones: adriana normand / camilo valdés fortes / ernesto santana / track 05

adriana normand

(berlin, 1976)


favores

En época de crisis un sastre se hizo famoso por sus capas de nylon, y en esto concurrieron al menos dos circunstancias principales:

1, los pequeños negocios habían sido confiscados, de modo que en toda la ciudad no quedaba más que este sastre de azarosa vida nocturna.

2, la temporada de lluvia se extendía sobremanera /no sabemos si en provecho o perjuicio/ razón por la cual –desde diversos puntos de concentración– el pueblo era enviado a los trabajos agrícolas.

A cambio de ofrecer sus favores a marinos rusos y griegos, el sastre obtenía ciertos capotes con que embalaban las mercancías, luego, por su trabajo, no recibía dinero sino cigarrillos que invertía en los muchachos del barrio.

Como las lluvias no cesaban la demanda creció y el negocio fue próspero.

Un día, sin embargo, lo encontraron muerto junto a su vieja Singer: el pedal en la nuca y una tijera en la mano. El crimen nunca fue esclarecido.

Camiones repletos de encapuchados continuaron aún por un tiempo su partida hacia los campos.

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comercio

El médico del pueblo M. ha sido acusado de traficar con pacientes, o en realidad con cadáveres. Según se ha conocido el mencionado galeno tenía relaciones comerciales con practicantes de una doctrina local que utiliza cuerpos de fallecidos para confeccionar amuletos y otros objetos religiosos. El doctor les facilitaba restos mortales a cambio de no pequeñas sumas de dinero que podían variar en dependencia de la edad, sexo y raza del occiso. Para ello hacía creer a los familiares de las víctimas que se ocuparía de los pasos relativos a la autopsia y demás preparativos del difunto y les entregaba un féretro cerrado, según decía para disminuir el dolor por la pérdida del ser querido. Asimismo se dice, que en ocasiones el contrato podía quedar cerrado desde antes de fallecer el paciente, pero en lo que respecta a semejante acusación no se ha podido probar nada. Hasta ahora el médico de M. sólo enfrenta el cargo de traficante ilegal de cadáveres.



camilo valdés fortes
(habana, 1973)

el autocine en el parque del pueblo
Los soldados se habían marchado llevándose toda la comida. Nada quedaba en la ciudad que pudiese ser considerado comestible. Las ratas, desaparecidas, y los gatos igual, en el orden apropiado de la cadena alimenticia. Grandes grupos de personas habían tenido la civilidad de proponerse como comida, pero los científicos desestimaron la idea como una forma de esquivar las improbables posibilidades reproductivas pasando directamente la biología hacia otro cuerpo como alimento. Le llamaron: “la primera muestra de conciencia molecular”, dándole a ésas personas la categoría de incapaces mentales.
Al mes, las hambrunas y la sed hicieron su trabajo, dejándonos a sólo unos pocos muriendo lentamente en los bancos del parque, boca abierta y labios partidos esperando por la lluvia. Sin embargo, grandes alucinaciones colectivas ocurrieron en ésos últimos minutos: el autocine, luego de años de reparación interminable comenzó a funcionar pasando filmes de Cecil B. De Mille; como un gran espectáculo que fuimos los últimos en disfrutar.
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del cazador y el carnicero
La carretera sube y baja en curvas que la hacen parecer una escalera; hay caminos en ambos sentidos, y algún día me perderé de esta ciudad por cualquiera de las dos vías. Es un pueblo muerto, con gente cansada meciéndose en los sillones de los portales.
En el supermercado han explotado cientos de conservas de mermelada por unas fechas de vencimiento mal impresas. Eso dio lugar a otros cientos de rumores equivalentes salidos de mentes aburridas. Lo cierto es que en el pueblo nunca pasa nada. Podría explotar la central eléctrica, o llover cerdos: la realidad nunca es suficiente.
El cazador hace sus cuentos más excitantes contando cómo tuvo que matar a un lobo de pelaje negro con sus propias manos, asfixiándolo lentamente mientras esquivaba dentelladas llenas de saliva espumosa, su cuchillo de caza perdido misteriosamente, sus mastines persiguiendo conejos en el bosque, todo el universo confabulado para hacerle perder la vida en los colmillos de un animal hambriento. Al final el lobo murió asfixiado entre sus manos engarrotadas, y su rostro de cazador contraído en un espasmo de miedo que ya nunca se le iría. Claro, todo es una invención, en el bosque no hay lobos, y sus perros sarnosos a duras penas serían mastines, pero el truco funciona y la gente le pregunta en la taberna cómo era el lobo, ¿de qué color eran sus ojos? (amarillo rabioso), ¿qué hizo con la piel? (un gorro de cazador).
El carnicero se ha cortado un dedo tonteando con su cuchillo, pero para el pueblo la historia ha sido su lucha con un tiburón que unos pescadores le trajeron creyéndolo ya muerto. Sin esperar a la mañana quiso cortarlo y meterlo a la nevera limpio, pero cuando fue a la mesa de metal donde troza la vida vio que el tiburón había desaparecido. Buscó con una lámpara de aceite en la oscuridad pero sólo vio el piso de baldosas blanco-negras oscurecidas por la sangre de tanta carne de carnicería. Limpió sus manazas en su delantal, sin notar cómo una forma oscura se movía sinuosamente entre sus pies. Algo chocó contra sus botas de goma y estiró la mano sólo para divisar un ojo rojo con una bocaza que se cerraba en una mordida perfecta. Atinó a pegarle con la pértiga hasta dejarlo muerto y convulsionando.
El carnicero es popular y las ancianas le piden que cuente todo una y otra vez.
Este pueblo es aburrido a morir, y lo único que hace soportable el silencio es mirar los autos pasar por la carretera perdiéndose en otras ficciones.



ernesto santana
(puerto padre, 1958)

encima II (auras sobre el obelisco al que llaman Raspadura)
No me preguntes, que no sé. ¿Cómo saber que es lo que hay muerto allá arriba? Algo muy enorme debe ser: algo perenne y perfectamente podrido. Y día tras día igual de enorme. Y acaso hasta creciendo y creciendo. Y esos pájaros carroñeros lo saben. Y no nos dicen nada.
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en la historia de la república
Mientras los otros se ocupaban de sus aburridos asuntos, las meretrices se apoderaron del gobierno.
Eso cuentan.
Pero en el fondo pudiera ser otra mentira más. La prensa y la televisión alimentaron demasiado el gran espectáculo.
Para muchos, no obstante, jamás habrá distancia suficiente entre ellas y el trono.
Otros piensan que simplemente ciertos poderosos se vendieron a ciertas rameras quienes, pese a sus nombres brillantes, tenían sombrías intenciones.
De cualquier manera, ¿quién se atrevería a negar que aquel gobierno fue insólito sobre todo por la manera de repartir el poder, en lo que pusieron ellas un vigor verdaderamente copulativo?
No hubo el menor intento de dictadura, como tampoco ningún cargo ministerial vacante. Ni siquiera el de la guerra. Nadie podría decir que no quisieron echar a andar la Maquinaria del Dominio. En definitiva, resultó ser un gobierno tan asombrosamente apacible como breve.
Las rebeldes fueron detenidas, desnudas todas, por los magistrados incapaces de dormir en paz lejos de los ministerios, y se ordenó encerrarlas en un enorme zeppelín negro, color de las mujeres de la calle y de los hombres de alto rango, que partió volando contra el viento hacia el Mar de los Sargazos, donde las peligrosísimas conspiradoras recibirían peor muerte que en un desierto.
A la mañana siguiente, restaurado ya el viejo orden, las nubes pasaban, enormes, entre el cielo violáceo y la ciudad nuevamente amodorrada, como un torrente que viniera arrasándolo todo desde el paraíso.

domingo, junio 13, 2010

no.14 / side a (maquinita represiva)




side a
(maquinita represiva)

Rojo y azul. A la manera de los dos diarios oficiales (¿oficialistas?) de esta isla que aún no se hunde, pero va en camino. Lenta, inexorablemente. El Granma (remedo cubanizante de abuelita en english) y el Juventud Rebelde (en esta Vejez Sometida a la cual nos vamos acostumbrando). Dos colores para esta 33 y1/tercio a ver si, aunque sea por ósmosis pigmentaria, nos oficializamos un poco. O viceversa, que sería lo mejor, lo menos probable: no hay peor mudo que el que no quiere hablar, y en medio de su mutismo oficial, toda palabra es disidencia, toda disidencia traición.


Usted tiene el derecho de permanecer en silencio, es más, usted tiene el deber de permanecer en silencio. Cualquier cosa que diga puede ser usada en su contra, créame: cualquier cosa.


Pero


Si Alice In Chains llegaron al primer lugar de ventas con su EP Jar of flies, no vemos por qué no lo podemos hacer nosotros con este EP Bitch / La isla que se hunde, incluyendo sólo dos tercios de lo de siempre.


La presencia de lo ausente: un tercio.


La intangibilidad de un extended play. Su brevedad. Lo que termina, a veces, incluso antes de empezar. Tal como nuestra literatura nacional. Nuestra invención de patria. Ficción. Extended play. Nada más.


Maquinita represiva: lo que se puede o no se puede publicar.


Lo que se puede o no se puede escribir.


Decir.


La representación de lo ausente: